Wirikuta, Caballo Blanco y lo sagrado

Babel
Wirikuta, Caballo Blanco y lo sagrado
Javier Hernández Alpízar
Recuerdo haber escuchado –y visto en video– una conferencia de Boaventura de Sousa Santos en la cual explica que cada tradición cultural tiene sus filones progresistas y sus filones autoritarios, que en diversos sistemas de valores de Occidente y de Oriente hay diferentes concepciones de la dignidad, algo como lo que en Occidente llamamos los «derechos humanos», los que para Occidente suelen ser vistos primero desde el individuo y solamente después del socialismo como derechos sociales o colectivos, pero concepciones no occidentales van más allá e incluyen en el sentido de la dignidad a la naturaleza.
Comenta de Sousa Santos cómo los indígenas colombianos se negaban a la extracción de petróleo en sus territorios, alegando que se trata de la sangre de la Madre Tierra. La concepción de muchos pueblos indígenas acerca de lo sagrado, que incluye a los elementos naturales, a la Madre Tierra, a las montañas, desiertos, ríos, bosques, lagos, selvas, mares, volcanes, puede parecer extraña a la mirada liberal y mercantilista de la empresa occidental, pero tiene mucho sentido hoy que la Tierra protesta por los excesos de la explotación industrial: los excesos en el gasto de la energía, y sobre todo, del uso de combustibles fósiles que en el pasado fueron motores del auge del capitalismo y hoy son señal de alarma, tanto por la crisis climática que promueven como por su cercano agotamiento.
Ese tipo de problemas, los límites del planeta frente a la insaciable barriga del sistema industrial capitalista, son parte de lo que ha permitido entender el discurso de los grupos indígenas como algo más que romanticismo y nostalgia bucólica. El sentido profundo de la célebre carta del jefe Seattle (www.ciudadseva.com/textos/otros/seattle.htm), por ejemplo, se actualiza cuando los grupos indígenas nómadas del norte del continente, especialmente del occidente y el norte de México, como son los wixáricas (conocidos por quienes no hablamos su lengua como «huicholes», por nuestra deficiencia de pronunciación), defienden el carácter sagrado de Wirikuta, el lugar donde el universo nació, según su concepción cosmogónica. Destruir Wirikuta sería como bombardear el Edén, pero bueno ya el ejército de Estados Unidos bombardeo en Irak cunas de las civilización y la humanidad. Como canta Luis Eduardo Aute: «Hoy cualquier cerdo es capaz de quemar el Edén por cobrar un seguro».
Sin embargo, no es imposible para un occidental entender el sentido de lo sagrado extendido a la naturaleza, pero para compartirlo tiene que ir en contra de la imagen del mundo como mercancía a la cual el capitalismo nos ha llevado: Todo el discurso que hace de la naturaleza entera un «recurso natural» –quizá por eso la Semarnat, desde el nombre, tiene una vocación más por explotar a la naturaleza que por defenderla– y de todo proceso natural un «desperdicio» a menos que se convierta en dinero. Si el petróleo o el oro se quedan en el subsuelo, si el agua no se embotella y vende, si los ríos llegan hasta el mar sin dejar un negocio a su paso por una turbina, son desperdicios, derroches.
Esta visión cosificadora y mercantilizadora ha colonizado todas las prácticas, los ámbitos de la vida, las costumbres, las ideas y la imaginación en el mundo. Un profesional se ve a sí mismo como una mercancía con mucho valor agregado que debe aprender a venderse a mejor precio: Así el cuerpo humano mismo es visto como naturaleza– recurso natural y susceptible de todo tipo de negocio, donde los derechos humanos son una especie de freno a la libre empresa y el lucro.
El anuncio de que las mineras canadienses desisten de emprender la explotación minera en Wirikuta, y que el lugar sagrado de los wixáricas podría ser declarado como área natural protegida, es alentador, pero debemos entenderlo en su contexto. No ha cambiado la visión de las mineras canadienses, millonarios gambusinos modernos, ni la del gobierno federal, esclavo mental del colonialismo más burdo, al igual que muchos gobiernos de otros niveles de prácticamente de todo el espectro electoral.
Lo interesante aquí es que una fuerte presión social, encabezada por los propios indígenas en defensa de su territorio sagrado, acompañada de muchos solidarios, algunos de ellos mediante la música y el arte, han complicado los tiempos y los esquemas de inversión y de lucro de las empresas canadienses, obligándolas a desistir, al menos por ahora. No es tampoco alentador el nombre de «reserva minera».
Esto es importante, porque idénticos valores ambientales e históricos- simbólicos eran baluartes a defender en el Cerro de San Pedro, imagen que hoy solamente existe en el escudo de armas se San Luis Potosí, pero no impidieron a la minera San Xavier, con la complicidad del gobierno federal y el estatal, destruir el patrimonio histórico y natural.
Frecuentemente inversiones como tiendas de WalMart y de Costco han agredido al patrimonio natural e histórico como en el Casino de la Selva en Cuernavaca, Morelos, o en otros sitios arqueológicos e históricos, y ha prevalecido el afán de lucro por encima del respeto a valores trascendentes. En Veracruz, la imposición y la normalización del Festival Tajín es el ejemplo patente.
En los cerros de La Paila y Las Cruces, lo que defienden la Asamblea Veracruzana de Iniciativas y Defensa Ambiental y el Pacto por un Veracruz Libre de Minería Tóxica es un conjunto de valores históricos, arqueobotánicos, muy complejos, irremplazables, más allá de unos ejemplares de cícadas, en el fondo, eso y más es lo que los indígenas llaman sagrado: la raíz, el cordón umbilical que nos ata al mundo, a la Madre Tierra, pero no es expresado de manera clara y directa en los argumentos de la discusión.
Hace falta mucho para entenderlo. Javier Sicilia puso un símil que los católicos guadalupanos podrían entender para entender la defensa de Wirikuta. Es como si quisieran derruir el Cerro del Tepeyac para sacar oro.
Lo expresa de modo admirable el jefe Seattle al presidente de los Estados Unidos Franklin Pierce, al decir cosas como: «Ustedes deben enseñar a sus niños que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra, digan a sus hijos que ella fue enriquecida con las vidas de nuestro pueblo. Enseñen a sus niños lo que enseñamos a los nuestros, que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, están escupiendo en sí mismos.
«Esto es lo que sabemos: la tierra no pertenece al hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra. Esto es lo que sabemos: todas la cosas están relacionadas como la sangre que une una familia. Hay una unión en todo.
«Lo que ocurra con la tierra recaerá sobre los hijos de la tierra. El hombre no tejió el tejido de la vida; él es simplemente uno de sus hilos. Todo lo que hiciere al tejido, lo hará a sí mismo.»
Es el tipo de argumentos que no entienden la Profepa, la Semarnat, los gobiernos de diferentes niveles, y mucho menos las empresas transnacionales ávidas de ganancias. Pero son los argumentos más relevantes para los pueblos. Lo que los promotores del extractivismo llaman «desarrollo» es el enriquecimiento de sus empresas, pero la estela de muerte de la tierra, del agua, de las plantas y animales y las personas, la pagan las comunidades.
Por ello es importante, además del obstáculo que una resistencia ciudadana o popular le representa a las empresas canadienses, o de donde sean, que en el ánimo de quienes defienden la vida y el territorio vayan siendo más sensibles y conscientes las visiones como las del Jefe Seattle o de los wixáricas. La tierra es sagrada, todo lo que hagamos contra ella lo hacemos contra el suelo donde pisamos, que nos sustenta, lo hacemos contra nosotros. No es solamente porque un caso específico alcance un alto grado de difusión o porque cerca de Caballo Blanco esté una planta nuclear y otros elementos que hacen temer por la seguridad de todos (aunque esto sea cierto), es porque: «Lo que ocurra con la tierra recaerá sobre los hijos de la tierra. El hombre no tejió el tejido de la vida; él es simplemente uno de sus hilos. Todo lo que hiciere al tejido, lo hará a sí mismo.»
Boaventura de Sousa Santos dice que cada tradición puede retomar los elementos más progresistas que tenga y que, para paliar la incompletud de sus alcances, puede dialogar con las otras tradiciones y su sabiduría sobre la dignidad: Nuestros «derechos humanos» tanto individuales y colectivos o sociales son insuficientes, nos falta el sentido de lo sagrado que tienen para otros pueblos la tierra y la naturaleza. Si no logramos recuperarlo, destruiremos lo que hace posible la vida, toda, y con ella la nuestra.

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