Agresiones a periodistas y el país del Eliot Ness

 

Javier Hernández Alpízar

 

Como lo vio en TV: Eliot Ness

Como lo vio en TV: Eliot Ness

Ya lo único malo que nos falta es que nos gane la indiferencia, que nos acostumbremos a la violencia, a las agresiones y que las normalicemos.

 

Recuerdo la visita de la abogada Ana María Vera Cid, de la Comisión para la Defensa de los Derechos Humanos AC en Xalapa, a los Dorados de Villa, presos entonces en el penal de Villa Aldama, campesinos indígenas nahuas veracruzanos y huastecos. (Hoy libres bajo fianza y condenados a nuevas y altísimas fianzas.)

Uno por uno salían a platicarle a la licenciada el testimonio de como fueron desalojados violentamente por la policía, que llegó tirando balas. Se veían golpeados, con moretones y descalzos. Algunas de esas irregularidades fueron reconocidas hasta por la comisión gubernamental de derechos humanos, la que preside Noemí Quirasco.

Uno de los nahuas más viejitos dijo, en el poco español que hablaba, que los habían golpeado los policías. Y lo comentó con la frase: «es natural». A lo que la abogada le explicó que no, no es natural, y que nadie tiene el derecho de golpearlos ni de maltratarlos, nadie. Desde luego, ese nadie incluye a la policía.

No obstante, la idea de naturalizar la violencia policiaca y militar contra los mexicanos es una estrategia de medios de masas inescrupulosos y de muchos «líderes de opinión». Si la propaganda no logra «naturalizar» la violencia, lo podría lograr la repetición del hecho.

Las agresiones contra periodistas son hechos cotidianos, pero hay reacciones públicas solamente cuando se trata de estrellas de la televisión, o bien, cuando por ciertas coyunturas de las luchas facciosas en el poder sus casos alcanzan resonancia, como el caso de la autora de Los demonios del Edén.

Las otras agresiones, la mayoría, van quedando reducidas en el ghetto de las organizaciones de periodistas. Algunas con un seguimiento muy bueno, como el que realiza el Centro de Periodismo y Etica Pública (CEPET).

Una de sus más recientes notas, y pronunciamiento, es encabezada: «Guardias de seguridad encierran y golpean a reportero que cubría un deceso por negligencia en un hospital». En un país donde la violencia no fuera el hecho noticioso cotidiano, ya normalizado por muchos, una nota así causaría indignación, rechazos públicos y condenas a los agresores. En México, palidece ante la cuenta de los muertos del día.

En un párrafo, el CEPET resume la nota, como mandan los manuales de redacción: «Gerardo Flores Rodríguez, reportero de Diario del Sur y de la estación de radio Exa, fue privado de su libertad y golpeado por guardias de seguridad privada cuando cubría la muerte por negligencia de una paciente en un hospital público, el pasado jueves 26 de marzo en Tapachula, Chiapas, al sureste de México.»

La muerte por negligencia en un hospital es, de suyo, una noticia que debería causar malestar o enojo en el lector o el radioescucha, pero el caso se complica con la agresión al reportero:

“Estaba esperando a la patrulla –que nunca llegó– cuando se me acercaron cinco vigilantes del hospital y me dijeron que no podía permanecer ahí. Les dije que yo quería irme, pero no podía porque la puerta tenía candado. Uno de ellos me jaló y me gritó: ‘Te estoy diciendo que te largues’. 

“Intenté tomarle una foto y eso lo enfureció. Los policías se me echaron encima y me golpearon con sus toletes en varias partes del cuerpo. Me lastimaron el cuello al arrebatarme la cámara. Me la quitaron junto con mis lentes y mi celular”.

El testimonio del reportero es redondeado por el CEPET con la agravante de que al regresarle su cámara habían borrado las fotos. Llegaron a rescatarlo su jefe y otros reporteros, acompañados de patrullas. El Centro de Periodismo y Etica Pública termina su texto con una condena a la agresión sufrida por Gerardo Flores Rodríguez. 

Muchas denuncias de agresiones a periodistas en todo el país pueden leerse en http://www.libex.cepet.org/

El asunto es que, entre la masa de hechos violentos contra los menores, contra las mujeres, contra los indígenas, contra los campesinos, los estudiantes, los jóvenes, las agresiones contra periodistas también se pierden en la estadística.

La fallida e hipócrita guerra contra el crimen organizado está resultando no solamente en un pretexto para que militares y policías agredan a ciudadanos. No solamente está «normalizando la violencia», también es, en sí misma, una sangría de gente joven, de ambos bandos, entre los presuntos delincuentes y entre quienes presuntamente los combaten. Gente, todos ellos, que podría trabajar y construir un país es sacrificada en aras de complacer a un gobierno estadunidense que no combate el narcotráfico dentro de sus fronteras y para dar la apariencia de «Eliot Ness» (míster «gobierno legítimo» Barack Obama dixit) a un titular del ejecutivo corroído por la mancha de su ilegitimidad.

Deja un comentario