Babel
Videocracia y paparazzi
Javier Hernández Alpízar
Algunas reflexiones sobre la videocracia, aprovechando la enorme libertad de expresión que tenemos en México para opinar críticamente sobre todo lo que pasa en la política en Italia. Por supuesto que estas reflexiones nacen de mi experiencia como homo videns (diría Giovanni Sartori) al encontrarme el documental en Once TV, el canal que salva a la televisión «abierta» (como llaman a la que no es por cable) con algunas cosas que ver.
Videocracia (Erik Gandini, 2009, producida por Atmo, como el filme Surplus) es una película crítica acerca del magnate italiano Silvio Berlusconi. Para entender el caso, válgase un poco la analogía: Imaginen que Carlos Salinas de Gortari no fuera la mano que mece la cuna, que Peña Nieto no fuera el candidato del sistema aupado por Televisa, y que los magnates de la TV cómo Azcárraga, no fueran simples empresarios: fundidos todos en un único personaje, a un tiempo el dueño de la TV, candidato y el político en el poder. Esta especie de neo-Duce italiano fue Silvio Berlusconi, en la tierra heredera de Maquiavelo y Benito Mussolini.
Algo que me pareció revelador, y me mueve a escribir esto, es la dinámica del juego mediático: La construcción de un personaje de poder y de glamour mediante una cuidadosa edición para la TV de su imagen, su vida, su «personalidad» y «sofisticación» tiene, forzosamente, su lado oscuro, la sombra que proyecta ese cuerpo o ectoplasma, casi que la sombra de su holograma: los paparazzi.
Es decir, así como la construcción de una imagen etérea, idealizada, perfecta e inalcanzable –suma de genes, más ejercicios, dietas, cirugías plásticas, vestuarios, maquillajes, fotografía, iluminación, cuidadas cámaras y ediciones, incluidos los photoshops, para generar a una modelo (el nombre lo dice, un arquetipo, un ideal a seguir o copiar)– genera el resentimiento que hace necesitar a la espectadora humillada de una foto que desmitifique a la idealizada, que muestre una llantita, alguna celulitis, un maquillaje corrido, una patita de gallo, algo que muestre que la diosa es otra mortal; de la misma manera, al diseñador y curador de una imagen mediática, comercial y /o política le sigue, como a la luz la sombra, el paparazzi.
En el documental sobre Berlusconi, el personaje antagónico es Fabrizio Corona: él odia a los famosos, los sabe vacíos, no los ve como personas, sino como dinero y negocios, y con el dinero que gana mediante la publicación de fotos escandalosas, o mediante el chantaje y el pago de dinero por no publicarlas, se considera un moderno Robin Hood: le quita algo a los ricos, para tenerlo él.
La necesidad psicológica de realización, de crecimiento, de ser amado o deseado, que motiva la fábrica de ilusiones que antes fuera el cine y hoy es la televisión y quizás la internet, genera esos héroes o heroínas que encarnan el ideal de belleza y felicidad (que eso sea falso, es casi parte de la naturaleza misma, como en el poema de Ernesto Cardenal «Oración por Marilyn Monroe», cuando el director dice «corte» se ve que todo era un set, y la actriz es un ser humano huérfano, su dignidad profanada por la empresa, y el negocio, la Twenty Century Fox, que convirtió la casa de oración en una cueva de ladrones, que dice el poeta).
La necesidad psicológica de no rendir pleitesía a un igual hace que endiosemos a los poderosos, los famosos o los exitosos, pero el costo en resentimiento que ello genera hace nacer como subproducto la industria de la infamia y la desacralización, los programas de chismes, las revistas de paparazzi.
El mismo deseo (masculino y femenino) que hace querer poseer o ser como tal o cual famosa tiene su contraparte en el deseo de verla o verlo humillado en al foto que lo saque en bragas, ebria, ebrio o caído.
Entonces, la industria del diseño de «personalidades» arrolladoras como mercancías trae aparejada a la industria de la infamia: las fotos o videos que permitan la fantasía obscena con el objeto de culto.
Esto parece muy claro, pero no es solamente porque se trate de una industria del simulacro. No es mera banalidad posmoderna: Es también política y poder, perdonen por las malas palabras. Ya Maquiavelo decía que la inmensa mayoría de los súbditos no conocen cómo es en verdad el Príncipe, sino su apariencia, de manera que el Príncipe puede seguir las crudas y cruentas leyes de la realpolitik, siempre que aparente ser muy moral y si fuera necesario, parecer incluso piadoso. La piel de oveja ha sido necesaria siempre, solamente que ahora es muy sofisticada, toda una industria de la imagen, pero nada nuevo bajo el sol.
Lo interesante es que también hay la necesidad de ver caer a los ídolos, de sacrificarlos, ahora acribillados por cámaras de foto y de video. Y casi nos atreveríamos a decir que mientras más complejo y sofisticado es el producto- mercancía- imagen que el poder encumbra, con mayor encarnizamiento habrá paparazzi que quieran mostrar las costuras del traje, bajo las cuales, siempre, todos los reyes del mundo han ido desnudos.
Pero entre ambos gestores de imágenes hay una fatal reciprocidad: Cada uno necesita del otro para que el negocio funcione así. Sin el adulador que crea la imagen «perfecta» no habría la necesidad del paparazzo que fisgonee buscando la arruga o la media corrida.
Y quizás sin el que afea la imagen, la baja del pedestal, no habría nuevos lugares vacíos que llenar en el apetito de fetiches, cuya satisfacción es negocio del fabricante de ídolos.
Desde luego, estamos en el nivel de la superficie, el más frívolo, pero el poder y todos sus mecanismos (hasta lo obsceno) están debajo de todo ese oropel, y siguen funcionando como en los tiempos de Maquiavelo, de Mussolini y de Berlusconi.
Quizá por ello en México el terreno electoral ha devenido lo que hoy es: un duelo entre fabricantes de ídolos y paparazzi. El apasionamiento con que es seguido por cierto público no es muy distante del que hace al público seguir a las estrellas del espectáculo, como fan o como detractor, para verlo eternizado en su mica como mercancía perfecta o para verlo o verla tirado o tirada en el arrollo tras la orgía.
Una buena medida para no quedarse en ese nivel del consumo sería quizá descender al infierno de la producción. ¿De dónde salen los kilowats de luz, las toneladas de vestuario, los kilos de maquillaje, incluso la energía del deseo?, sin la cual la mercancía perdería su eficacia como fetiche. Hacer algo como ver una revista pasada de moda, donde lo que en otro tiempo fue perfecto se mira como ridículo. ¿Y en política, cómo se logra eso? Tenemos que sumar a Maquiavelo y Sartori más, qué más, quizá Slavoj Zizek.