Herodes

Babel

Herodes

Javier Hernández Alpízar

Dice la Biblia que cuando Jesús acababa de nacer el rey Herodes mandó a asesinar a todos los niños menores de 2 años, temeroso de que hubiera nacido quien fuera a destronarlo. En sueños, un mensajero le dio aviso a José y antes de amanecer éste huyó a Egipto con su mujer e hijo. Permanecieron en el exilio hasta que murió Herodes y solo entonces regresaron, no se sabe a qué edad, en todo caso, en alguna antes de los 12 años.

Temores del poder a los neonatos; asesinatos como forma de control de la población; necesidad de exiliarse para salvar la vida. Parece que no hay nada nuevo bajo el sol en los dos mil años que la historia cuenta desde aquellos tiempos. Sin ir más lejos, en México hoy los desplazados suman 120 mil según Parametría, y de los más de 83 mil asesinados y más de 25 mil desaparecidos en la guerra de Calderón, que sigue hasta ahora, aunque con menos atención en los medios, una gran proporción son, si no niños o niñas, sí al menos jóvenes, adolescentes, púberes.

En este momento al menos 14 personas están presas por protestar contra el poder de los fratricidas.

Herodes conmemora su vocación de genocidio con masacres cotidianas reales, en tanto que la conmemoración del nacimiento del niño que salvó su vida gracias al desplazamiento forzoso de su familia es ahora pasto del consumismo. Dos mil años más tarde, siguen en el poder los Herodes.

El derecho no es de derecha

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El derecho no es de derecha

Javier Hernández Alpízar

Contrariamente a la idea de que el derecho es solamente una “superestructura” que “pone un poco de orden en la explotación” o que formaliza y codifica el status quo, el derecho puede ser visto, y litigado, como un terreno en conflicto y en disputa, donde la correlación de fuerzas puede establecer una diferencia: A mayor acotamiento del poder por contrapoderes sociales y populares, un derecho más garantista y acercado a los estándares internacionales de derechos humanos, a mayor avasallamiento del derecho positivo por el poder, y los poderes fácticos que están a la sombra, un derecho más punitivo, excluyente y defensor de privilegios.

Si el derecho es visto así, desde la categoría central del conflicto y de pesos y contrapesos político- sociales, entonces no es inútil la defensa legal, ni lo es la cultura jurídica, ni las reformas que puedan reconocer los derechos humanos en las leyes. Si el derecho no fuera un terreno en disputa, sino una suerte de ring en donde el poder tiene todo en sus manos, no tendrían que dedicar tanto aparato, tanto dinero, tantos think tanks, a mantener en él la hegemonía autoritaria.

De hecho toda disciplina, arte, ciencia, práctica humana, puede ser leída, y ejercida, así, como un terreno en disputa: desde el erotismo, la poesía y el periodismo, hasta la agricultura o la arquitectura. En cada terreno, dejar de forjar un pensamiento y una praxis desde la perspectiva de la dignidad humana como fin y la maquinaria social como medio, es ceder sin lucha el terreno a quienes positivizan todo e invierten los fines y medios.

Regresando al derecho, la expresión autoritaria que prevalece en la imagen popular (“los abogados son como los plátanos, no hay uno derecho”) es el resultado de una memoria selectiva (tal vez los darwinistas lo expliquen mejor) que nos recuerda más las experiencias amargas que las exitosas. Pero las conquistas sociales, laborales, en derechos humanos, en derechos de las mujeres, en una cultura de respeto a las personas desde la infancia hasta la senectud, en la dignidad humana como la parcela a cultivar en lo cotidiano no son ninguna graciosa concesión del poder, ningún lujo que el capital se da cuando no se contradice con sus soluciones draconianas a las crisis, son resultados, productos, históricos y sociales (reversibles, no lo olvidemos) de la conciencia, la organización, la lucha exitosa de los pueblos.

En ese sentido, para mejorar la condición de las personas no se deben concentrar las fuerzas solamente en un terreno, que automáticamente mueva a los demás como epifenómenos, “superestructuras” o añadiduras providenciales,  sino que los defensores de la dignidad humana (y de lo sagrado en todas sus manifestaciones, la vida, la naturaleza, las especies) tenemos que pesar en la balanza de todas las correlaciones de fuerzas y ganar terreno en todas las tierras del planeta humano: desde la poesía hasta la política y otras parcelas de apariencia menos noble.

Las mejores movilizaciones sociales no desprecian el derecho, sino que construyen el derecho futuro, uno que no sea la mera sanción del status quo, que no actualice el “uso, disfrute y abuso” como derecho de los propietarios, el que no se autoimponga como derecho del más fuerte sobre toda autonomía. La esencia del derecho es la fuerza, quizás, pero la fuerza social puede ser una fuerza no subordinada a la razón indolente, sino una fuerza creadora de expectativas de un buen vivir.

Como en el caso de la política, que solemos tratar como una cosa que de suyo huele mal, si a otra forma de hacer política le adicionamos una forma diferente, basada en la justicia, de entender el derecho, entonces tendremos conceptos e ideales que oponer a los de una derecha que quiere convencernos de su monopolio de todas las cosas, desde la política y el derecho hasta el arte y los chismes del día.

Presuntos mexicanos

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Presuntos mexicanos

Javier Hernández Alpízar

Será producto de la inflación que puso inalcanzables a los huevos; será que el dinero ganado trabajosamente en México se erosiona como la ilusión de ir al primer mundo (¿se acuerdan?); será que tras más de 100 mil homicidios dolosos en el sexenio, y casi 72 mil en la “guerra contra el crimen” (whatever tan means), los mexicanos nos hemos devaluado, pero ahora somos noticia como “presuntos mexicanos”. Con ese calificativo tan propio de la nota roja.

Escuchaba en la radio la noticia de los 18 mexicanos detenidos en Nicaragua, quienes llevaban en cash siete millones de dólares (nadie ha hablado de tarjetas Mónex o Soriana, éstos aman el efectivo) y la conductora, quien recibió por teléfono la noticia, le especificaba a la corresponsal en Managua: “presuntos mexicanos”. Los 18 iban en camionetas con logotipos de Televisa, decían ser periodistas. Ahora son “presuntos” y cuando escriben sobre ellos en las noticias entrecomillan “mexicanos”.

Qué lejanos los tiempos en que México y los mexicanos éramos sin comillas ni presuntos. Éramos, gracias a una política exterior de doble moral (sanforizada) de los gobiernos priistas, imagen de quienes recibieron a los exiliados republicanos españoles, a los exiliados por las dictaduras del Cono Sur, quienes no abandonaron a Cuba en momentos difíciles, quienes se solidarizaron con los movimientos revolucionarios en América Latina y el Caribe, incluida Nicaragua (Sandino y su pequeño ejército de locos cantaban La Adelita). Nos recibían con mariachi y tequila, no con desconfianza y recelo.

Hoy somos conocidos por los detenidos en España tratando de extender las redes de cárteles mexicanos, conocidos por ser una pesadilla para los transmigrantes centroamericanos que arriesgan la vida cruzando el territorio nacional para ir al norte. Padres de los dreamers que quizá tengan un chance en los Estados Unidos, porque no lo tienen aquí. Hasta Lázaro Cárdenas, en otro tiempo icono izquierdizante, al menos para algunos, hoy aparece mezclado a un rarísimo y fanático culto en la Nueva Jerusalén, Michoacán.

Nuestra imagen se ha devaluado como el poder adquisitivo de nuestras quincenas. Somos el país de la espiral de la violencia y la barbarie, en Francia lo editorializan, donde los votos se compran y venden por un plato de sopa Soriana, donde una medalla de oro engatusa al respetable mientras transnacionales canadienses nos cambian oro por cianuro y nos dejan sin agua…

Lo peor de todo, presuntos compatriotas de este entrecomillado articulista, es que la mala prensa tiene fundamento en hechos que sí existen. Nuestro prestigio es tan dudoso como incierta nuestra sensación optimista de que hay una luz al final del túnel, que ya parece El Túnel, de Sábato.

Tal vez, en lugar de protestar por los presuntos y las comillas debemos comenzar a hablar mal, y con razones, datos y argumentos, de México, de todo lo que dejamos podrir: La falta de democracia, la violación estructural de los derechos de casi todos, la violencia homicida que nos tiene hechos un icono de la barbarie, la discriminación de que hacemos víctimas a los centroamericanos y hasta a nosotros mismos, la muy entre entrecomillada libertad de expresión. Incluso, de nuestra poca atención y magro apoyo solidario ante algunas buenas causas. (¿Han oído hablar del Tribunal Permanente de los Pueblos en México o de la Caravana por la Paz de mexicanos en USA?)

Podremos comenzar a cambiar las cosas, tal vez, después de aceptar esa imagen funesta que nos forjamos todos, unos con mayor responsabilidad, otras con menos, algunos incluso con la impotencia de nuestra rebelión, la cual ha permitido no esta imposición sino una sucesión de imposiciones.

Así como a los falsos televisos detenidos en Managua, investiguémonos, quitemos los presuntos, descubramos los restos de inocencia allá en el fondo del caldero, pero sobre todo reconectémonos con nuestras raíces, las que hacían de nuestra presencia algo más interesante en el mundo. Por ahora, tenemos que aguantar el estigma del entrecomillado, que ya vendrán tiempos sin presuntos…

PD: Los falsos televisos me recuerdan la historia de unos magnates aldeanos de la radio comercial en Xalapa que fueron engañados por un junior, quien se hizo pasar por representante de Televisa. El fraude en México… ese sí, sin comillas.

El misterio del bien

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El misterio del bien

Javier Hernández Alpízar

Escuchaba en un interesante programa de la radio de la Ibero que Roger Garaudy buscó toda su vida resolver, al menos para sí mismo, los grandes problemas del mal, la muerte y el dolor. Lo trató de hacer en sucesivas etapas de su vida desde la filosofía, el marxismo humanista, y la religión, primero en el catolicismo y luego en el Islam.

Tal vez el problema del mal se presenta, y hasta puede convertirse en una suerte de misterio, en un horizonte intelectual, filosófico y moral, en donde se da por supuesto la existencia del bien, por ejemplo con el concepto de Dios o de alguna teodicea. Pero la experiencia de más de un humano es que lo tangible e innegable es la presencia y el dominio del mal en el mundo social. No solamente por el dolor y la muerte, sino por la violencia, el homicidio, la crueldad y sobre todo las estructuras sociales e históricas de la dominación, la opresión, la explotación, la represión, los imperialismos.

Como en una figura que puede tener dos o más rostros – para nuestro argumento bastan dos—, el alto contraste se puede invertir. El mal existe, sin preocuparse por justificar o fundamentar su presencia y predominio en la historia, es lo dado. Y en medio de esa atroz sucesión de guerras, violencias y males sin cuento, pero con estructuras que duran y perduran, lo que resulta misterioso es la presencia y perseverancia del bien.

Es lógico que sin la experiencia de uno no podría comprenderse al otro, incluso es uno de los argumentos de las teodiceas. El mal existe para que podamos, en contraste, conocer y comprender el bien, pero el problema es: Cómo subsiste o como persevera en su ser el bien, en medio de una historia que parece ser la sucesión de estructuras humanas, bastante estables (y bastante establishment), del mal.

Como los personajes de Ernesto Sábato en sus novelas, parece que estamos evolutivamente programados para recordar los males más que los bienes. Quizá recordar los daños, amenazas y riesgos, nos ayuda a estar alertas, es bueno para sobrevivir. Somos más bien los hijos de Caín, pues es quien sobrevivió. Probablemente eso configura nuestra imagen del pasado, y del presente que se está volviendo pasado a ritmo vertiginoso, como un espectáculo de horrores. Las estructuras sociales tienden a corromperse y a potenciar el ascenso al poder de quienes practican la violencia y la opresión sin escrúpulos. Incluso los héroes jóvenes, si no mueren pronto, tienden a convertirse en viejos dictadores.

Pero no desaparece de nuestras conciencias e imaginaciones, al menos como horizonte utópico, la idea, el ideal, del bien. Algo en cada uno de nosotros nos hace esperar de nuestros semejantes el bien y no el mal. Esperanza a contramano de la experiencia. Y cuando recibimos el mal, eso que – podemos especular— es lo sagrado en cada uno de nosotros, se queja, dice: “¿Por qué a mí?”

Sin suponer, postular o abrazar una idea numénica, es verdaderamente un misterio el origen, la fuente de esa esperanza, esa aspiración, esa necesidad y deseo del bien, que parece estar arraigada en el fondo de nuestra biología y metabolismo. Pero, como buenos herederos de Marx, no es tan interesante contemplar ese misterio como ayudar a transformar la realidad que se opone a su imperativo: Que en el mundo haya justicia, equidad, alegría, y no lo que tanto preocupó a Roger Garaudy y en mayor o menor medida nos preocupa a todos: el dolor, la muerte y el mal.

En lugar de tratar de entender ese apetito de bien que no se muere en medio de la perversión de la vida por el fetichismo de la mercancía y la necrofilia reinantes, es bueno proponerse, como dice Italo Calvino en La ciudades invisibles: «buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio».

Entre Marx y una multitud apiñada

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Entre Marx y una multitud apiñada

Javier Hernández Alpízar

El rostro barbudo de Marx estaba justo enfrente del mío. No es que seamos muy amigos, lo que pasa es que la prole, como le dicen las fresas al proletariado, estaba apiñada. Una masa de trabajadores disciplinados en el Sistema de Transporte Masivo. El tiempo apremia y el espacio cede generosamente unos milímetros para que quepan más brazos productivos rumbo a su trabajadero.

La cara de Marx estaba seria como se quedó para siempre, con ese aire de profeta de la raza homo faber, y ahora aquí entre las compactas masas de la raza de bronce. El joven que iba leyendo uno de los prólogos de Engels a uno de los volúmenes del Capital, en la edición del Fondo, era güero, porque es de muchos colores la raza de bronce, pero toda ella destinada a cumplir la condena lapidaria de San Pablo: “Quien no trabaje que no coma”. Aunque a la URSS se le aflojó el mastique, o se desmerengó como dice Fidel Castro, Marx no ha desaparecido, deambula como pastor sin rebaño entre las manos de los lectores menos sospechados.

Viajar por alguna de las arterias del Sistema de Transporte Masivo de la Ciudad Monstruo puede ser trance más arduo que la Odisea de Ulises, el de Joyce o el de Homero, o ambos. Una ruta llena de obstáculos para llegar a tiempo a esa Penélope siempre fiel que es La Chinga, como cariñosamente llama la clase trabajadora a la chamba, el empleo, el camello, la diaria jornada laboral. Y cuyo tejido, el salario, también desteje de noche lo que avanzó de día.

El camino se encuentra sembrado de tentaciones como las que pasó San Antonio, o como las sirenas de la Odisea, sean antojitos, baratijas, impresos de muy baja ley informativa, golosinas, cigarros, pensamientos, diálogos, delitos menores y no tanto, canciones en la radio o en el I Phone y laberintos de transbordo que te transportan a otras dimensiones, apenas unas cuantas estaciones entre las calles grises, tapizadas de tags graffiteados y con alfombras de sutil polvo y basuras, y las calles un poco más luminosas, y hasta con áreas verdes, de las zonas del sur, algo más cuidadas por sus habitantes y por el gobierno de la metrópoli.

Como si hubiera una armonía preestablecida, nada detiene a la disciplinada tropa, a lo sumo algunos llegarán tarde, pero las manecillas del reloj siguen su curso y la ciudad sigue respirando su dosis de tóxicos para llegar viva a la noche. La fábrica de las riquezas siempre ajenas no se detiene. Los mecanismos explicados por Marx, y prologados por Engels, siguen funcionando, como los dientes que diariamente desollan al obrero, mientras el güero aligera, leyendo cosas que quizás entiende, su tránsito a otro sector del Monstruo, la clase trabajadora cumple su horario, cumple su rutina, obedece a la ley del mercado que abarata su trabajo y encarece sus medios de vida. Hoy tiene que trabajar cuatro días para que el salario reunido compre lo que compraba el salario de un día en los setentas.

Definitivamente no tenía yo todo el día para reflexionar, ni en Marx ni en algunas otras cosas. Hay que llegar al trabajo, comprar el pan, hacer el trámite, ir a la escuela, formar fila en el banco, o en la banca del desempleado, regresar con los propios, convivir con los extraños, comprar las tortillas o comer en el botanero, caminar ignorando los mensajes crípticos de los graffiti o los subliminales, dicen, de la publicidad. Nuestros cinco sentidos están socialmente condicionados. Ya está, aquí bajo, me gusta esta estación, Zapata, sin desdeñar a la División del Norte. Adiós, Marx, saludos a Jenny. Adiós, Engels, saludos a Groucho. Adiós metronautas, apiñados como los ángeles en las cabezas de los alfileres, como las letras en la conciencia escrita de Marx, el profeta de estas multitudes, raza de bronce chambeadora. La máquina me ha vuelto una sombra borrosa, ya lo dijo Rodrigo, no me acuerdo en que lado.

Uno de estos días puede que me encuentre a Bakunin en el subte.

Jóvenes, los nuevos olvidados

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Jóvenes, los nuevos olvidados

Javier Hernández Alpízar

¿Cómo nos las arreglamos, como país, para hacer de un elemento a nuestro favor un gran problema? Tal vez como una versión sofisticada de que cada hijo o hija trae “su torta bajo el brazo”, existe un concepto de “bono demográfico” según el cual un país en el que la mayor parte de la población es joven, y precisamente en edad de trabajar, cuenta con un gran potencial productivo. México está, ¿o debemos decir estaba?, en esa situación. Pero en lugar de haber invertido en educación y haber impulsado políticas estructurales, sistemáticas y permanentes, para crear empleos formales que dieran a los y las jóvenes una vida digna y al país un mejor futuro, tenemos a una juventud que ha visto vulnerados sus derechos a la educación, al trabajo, a la salud, la vivienda, a participar y ser escuchados, a no ser discriminados y a tener un futuro y esperanza de mejores tiempos.

Nos quedamos anclados en el México que nos hizo ver la mirada de Luis Buñuel en Los Olvidados. Con las y los jóvenes en la pobreza, extrema incluso, sin oportunidades, y además discriminados, estigmatizados y criminalizados por los adultos; y mientras más viejos, mayores prejuicios contra los jóvenes. Como si hubiera gobernado el país durante este sexenio el personaje ciego (don Carmelo) del filme de Buñuel, quien celebra que la policía mate a balazos a un joven que huye, con una editorial lapidaria y conservadora: “Así irán cayendo todos, como en tiempos de mi general Porfirio (Díaz), nadie se movía”… Incluso el regreso al priato, para algunos el regreso del México donde nadie se movía para no quedar fuera “de la foto”, y del presupuesto.

Un México viejo, de antes de la guerra, que mira a los jóvenes no como víctimas de la violación a sus derechos a la educación y el empleo, sino como flojos que “no quieren” estudiar ni trabajar, como vagos, malvivientes y delincuentes. Un México viejo (aunque pueden ser parte de él personas con menos de cuarenta años) que teme siempre al pasar por una calle cuando ve a un grupo de más de dos o tres jóvenes, que los juzga por la apariencia, por el color de la piel, la vestimenta, el estilo de arreglar su cabello, los tatuajes, los piercings, el lenguaje y la música ruidosa o lasciva. Un México viejo que cada vez que ve a un grupo de adolescentes con patineta coge el teléfono y marca el número de la policía.

Entonces, para una gran mayoría de los mexicanos, quienes están entre los 12 y los 29 años, el Estado no tuvo un lugar en le escuela, le ofreció un contexto de pobreza y presión para tratar de conseguir un ingreso y el tener que desertar de la escuela antes del bachillerato; y si acaso lo terminó no tiene, para la mayoría, un sitio en la universidad; en cambio le ofrece la educación como mercancía cara y sin calidad educativa; le ofrece las puertas del desempleo o de un empleo informal o un subempleo, sin contrato, prestaciones laborales ni perspectivas de crecimiento en ningún sentido. Una forma de empleo “ni ni”: sin salario decoroso ni derechos.

Ese Estado y esa sociedad le ofrecieron a la mayoría de los jóvenes una vida entre el analfabetismo funcional y la educación universitaria disfuncional, porque a mayor escolaridad menos oportunidades de un empleo, uno de verdad, con un salario de adulto. Y cuando sale a la calle, a jugar la cascarita, ligar, hacer amigos o tomarse una cerveza con la palomilla, tiene que lidiar con los adultos intolerantes y la policía preparada para extorsionar.

Por si fuera poco, el crimen organizado –industria que a los de arriba les ha dado oportunidades de delitos impunes de cuello blanco, como ser palomas mensajeras rumbo a las islas Caimán—, para los jóvenes ha significado el terror, el robachicos de sus pesadillas de infancia hecho una pesadilla real en la juventud.

Además, a un sector que quiso consumir el discurso de las promesas de democracia y participación ciudadana, el Estado mexicano le ha ofrecido unas elecciones con los dados cargados, sin respeto al sufragio, con los medios masivos como un altavoz regañón para acallar toda protesta, con el rito iniciático, para muchos jóvenes, en todo el acoso, el espionaje y la intimidación de la policía política y los porros, además de las peroratas de opinadores en medios electrónicos e impresos llamándolos a madurar y tornarse resignados. Como si los jóvenes no hubieran sido reprimidos por ser solidarios y estar contra la injusticia en Guadalajara, en Atenco, en Oaxaca, en Mérida, en Ciudad Juárez, en la ciudad de México…

Como en 1968 pareció que ser joven y, peor, ser estudiante, era un delito punible, en este inicio de siglo, ser joven es ser candidato a la violación estructural de tus derechos; insumo para la industria de la muerte y la violencia; elemento postergable al nihilismo de futuro del desarrollo, que sacrifica el mundo, el medio ambiente, los derechos humanos y las personas, sean ancianos, jóvenes, infancia, en aras de un abstracto y cada vez menos verosímil “país des(arr)ollado”.

Alguna vez un candidato priista perdedor dio pie a un chiste sobre su promesa electorera de dar a todos los niños del país “inglés y computación”; se decía que el primer e mail que enviaría el niño mexicano así educado diría: “I´m hungry”; la profecía se hizo realidad con las redes sociales y sus michos twitts y posteos juveniles que dicen “I´m angry”.

Los jóvenes tienen motivos de sobra para estar descontentos, inconformes, enojados y ser rebeldes. Por ello se enfrentan a un Estado que no tiene capacidad de dialogar ni dar respuestas a sus demandas, que no tiene más armas que la represión, la corrupción o el olvido. De nuevo, los olvidados. No es surrealista, es violencia hecha sistema.

Viaje al centro de la guerra

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Viaje al centro de la guerra

Javier Hernández Alpízar

En México, quedamos cercados por la violencia, las armas, la muerte, el luto, como ese pueblo sitiado de la película de Terry Gilliam El Barón de Munchausen.  No solamente está la guerra afuera, sitiando nuestro mundo, sino adentro, alterando la cotidianidad, y arriba, en la cabeza de un poder rendido a la lógica de la guerra, a la maquinaria de hacer dinero por muertos, al álgebra macabra de sumar y entregar cuentas de cadáveres como signos de eficiencia. “Dinero, maquinización, álgebra… Analogía perfecta”, como escribió Simone Weil. La maquinaria de la gravedad que puede expresarse en otras monedas: Oro, drogas, cifras macroeconómicas.

Una posible respuesta es salir a las calles, gritar, alzar pancartas. Pero con una sociedad, y un poder sobre todo, con el seso sorbido por los hombres de gris, una marcha de los inconformes es como la marcha de los niños y niñas en la novela Momo; ninguna gente “seria” se entera. Acaso les provoca ruido, o peor, “caos vial”.

Otra respuesta posible es salir a tocar puertas. Lanzar una botella al mar. Alzar la voz al cielo, y los mexicanos que nos sentimos tan lejos de él, a los Estados Unidos, de los que estamos tan cerca.

Tal vez se vayan rompiendo prejuicios, como ocurre cuando las caravanas de las víctimas y los inconformes recorren México y van viendo que es un poco igual en todas partes. Que norte y sur son mexicanos, que ambos quieren dejar atrás este tiempo oscuro.

Quizá eso pase en los Estados Unidos. Es posible que no todos rumien el lugar común de “el mundo nos odia por nuestra libertad”. Quizá no todos estén tan mal informados que imaginen que los Estados Unidos se pasan el tiempo regalando dinero a los países del sur en forma de “ayuda humanitaria”. Quizá no todos adoran al dios Dólar y sólo en el confían. Quizá no todos creen que tienen derecho a comprar el arma que quieran y el mundo fuera de sus fronteras no importa.

En cada país hay un status quo, le gente que se beneficia con la mayor parte de la riqueza y desea que las cosas sigan así para siempre; en los Estados Unidos, la industria de la guerra, de las armas, de la muerte. Pero en cada país hay pueblos, comunidades, la gente, quienes no ganan con las guerras, más allá de poner los muertos y los lisiados de guerra, o de ver arrebatadas sus libertades ciudadanas, sitiadas por la razón de Estado y sus argumentos bélicos.

Si los pueblos se dieran cuenta de que en las guerras ningún pueblo gana, que incluso en los Estados vencedores la gente común es oprimida y siempre pierde un poco o un mucho con cada aventura bélica, ¿de dónde sacarían los Estados gente dispuesta a matarse por nada?

Ahora van las voces de algunos de los mexicanos y de las mexicanas a quienes les ha arrebatado gente valiosa e irremplazable una guerra contra las drogas, una guerra perdida de antemano, hecha para consumir insumos de muerte de la industria bélica.

Seguramente los pacifistas deben parecer gente anacrónica “que se quedó en los setentas”, que todavía citan versos de Bob Dylan, y resultan tan estrafalarios como los viejos compañeros de aventuras del Barón de Munchausen; deben aparecer como Quijotes de la era de las redes sociales, como la marcha de los niños y las niñas en la novela Momo, y son incomprendidos incluso por muchos bienpensantes y políticamente correctos (un poco zombies) en México mismo… pero alguien tiene que decir lo que por obvio no se dice, y menos se discute: Que seguir produciendo y vendiendo masivamente instrumentos de muerte sólo provocará, masivamente, más muerte. Que seguir combatiendo el tráfico de drogas con ejércitos y muerte es como seguir cazando brujas en pleno siglo XXI. Porque hay quienes piden acabar con los “sureños” que hacen el trabajo sucio, pero nadie dice algo a los blanqueadores que hacen dinero “bueno” al dinero “malo” y acaso, si los sorprenden, piden disculpas y pagan una multa, pero nadie pide para ellos penas duras, ni blandas…

Hará falta mucha imaginación, mucho de la “loca de la casa”, para romper la ajedrecística lógica militar que tiene hecha una máquina de dinero y muerte a toda administración, a la política, a la discusión de los razonables. La esperanza, como siempre o casi, está puesta en esos Quijotes.

Solalinde y el Cristo migrante

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Solalinde y el Cristo migrante

Javier Harnández Alpízar

Me impresionó la idea, al final de una nota periodística sobre la carta en que personal del alberge para migrantes Hermanos del Camino, de Ixtepec, Oaxaca, pide a autoridades eclesiásticas la permanencia de tiempo completo de Alejandro Solalinde.  El obispo de Tehuantepec Oscar Armando Campos Contreras ha ordenado a Solalinde dejar el albergue, castigándolo por “protagónico”, y el defensor de migrantes dice que incluso tratan de “rebasarlo a laico”, es decir, privarlo de sus funciones de culto como sacerdote. Pero en el lenguaje de sus compañeros defensores y defensoras de migrantes, el argumento es la fe que profesan: “Jesús fue migrante”. Une fe, un lenguaje y sobre todo acciones similares a las mujeres de La Patrona, Ver.

En efecto, cuenta el Evangelio que cuando Herodes estaba exterminando a los niños menores de dos años – temeroso de la profecía de un mesías- rey que nacería en sus tiempos— un ángel le dijo a José en sueños que huyera con su esposa e hijo a Egipto. Es decir, desde recién nacido Jesús fue migrante, porque en su tierra natal era un perseguido político. Jesús, además de migrante, era un refugiado político. Y había una nación cosmopolita en donde el niño y sus padres pudieron salvar sus vidas, para que Jesús regresara años después, cuando ya había muerto Herodes y pasado el peligro. Las historias de migrantes, refugiados, exiliados, transterrados y repatriados en la Biblia no son secundarias, están en el centro: Abraham sale de Ur por orden divina a buscar una promesa en otras tierras; José es desplazado forzado por sus propios hermanos a Egipto; el pueblo hebreo regresa a su tierra natal peregrinando, migrando a través del desierto, huyendo de una nación donde sufrió la esclavitud; los hebreos llevados por la fuerza a Babilonia recuerdan con nostalgia Jerusalén, su ciudad, y llorando cantan: “que se seque mi mano si me olvido de Jerusalén”, textos que han dado lugar a una de las piezas de ópera más conocidas, el coro de los esclavos de la ópera Nabucodonosor. Va pensiero…

Pero, como recuerdan en su carta los cristianos del albergue Hermanos del Camino, no es un tema de historia, ni siquiera de historia de la salvación. Porque ellos ven al Dios migrante de su fe en los migrantes centroamericanos que actualmente pasan por Ixtepec huyendo de la violencia, la miseria, el hambre y la criminalización de la pobreza en sus países, para enfrentar la violación grave de sus derechos humanos, crímenes de lesa humanidad como ejecución, desaparición forzada, secuestros, violaciones, torturas, mutilaciones, extorsiones, robo, trata de personas y esclavitud en México, tratando de llegar a la Babilonia de nuestros días.

Para entenderlo, el obispo de Tehuantepec o los detractores del “protagonismo” de Alejandro Solalinde no necesitan leer la Biblia, quizá eso incluso lo hacen, pero de nada les sirve. Tendrían que tener un corazón como el de las y los defensores que arriesgan incluso sus vidas por ayudar a los migrantes en lugares como Tabasco, Oaxaca, Veracruz, Estado de México, Querétaro y en otros puntos del camino de sufrimiento de los migrantes.

En España también la derecha propone quitar a los extranjeros que estén allá de manera “ilegal” la atención de salud estatal, para obligarlos a “firmar un convenio” con el Estado español y pagar su servicio de salud. Entrevistado por la prensa un político conservador dijo que los extranjeros deberían regresar a sus países, ya que España no debe convertirse en el paraíso de los migrantes. La derecha española también quiere expulsar a los pecadores del paraíso.

Es una muy baja pasión la xenofobia, hipócrita y convenenciera como otras bajas pasiones, porque recibe bien al extranjero rico, que llega cargado de dinero, pero desprecia y si puede utiliza y esquilma al extranjero pobre que viene huyendo ya de la violencia estructural en su país de origen.

Sea o no creyente, una persona de este siglo puede tener el referente de siglos de civilización que intentaron sepultar a la barbarie, procurando eliminar discriminaciones y prejuicios como la xenofobia, y exaltar la hospitalidad. Escuchaba hace poco en un programa de radio el mito de Licaón, a quien Zeus castigó por la mala costumbre de asesinar a sus huéspedes y comérselos. Lo transformó en un lobo, de donde viene la mitología de la licantropía. Como puede verse la falta de hospitalidad ya era condenada por otros pueblos antes incluso del cristianismo.

Pero parece que el siglo XXI está marcado por el signo de los retrocesos, por el regreso de atavismos, de las formas de incivilización y falta de humanidad que creíamos ya superadas. Regresan, como las enfermedades que creíamos ya extinguidas, infamias como la xenofobia. O mejor dicho, nunca se fueron, como el PRI.

Tal vez todo esto se puede decir de manera más sencilla, sin tanto antecedente libresco, como suele hacerlo el propio Alejandro Solalinde cuando platica. El asunto no es difícil de enunciar ni de entender, simplemente “no hay que ser ojetes”. O si la palabra no está en su diccionario, una versión más latina: no seamos el lobo de los hombres.

Calderón, de Eliot Ness a James Holmes

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Calderón, de Eliot Ness a James Holmes

Javier Hernández Alpízar

El desencuentro entre Felipe Calderón – cabeza visible del régimen y defensor de la estrategia de Seguridad Pública que ensangrentó al país con más de 71 mil ejecuciones— y el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad es un hecho que puede permitirnos asomarnos a la situación de los derechos humanos en México. Alrededor de Javier Sicilia y algunas víctimas visibles de la violencia que enlutó el país en este sexenio se conjuntó un movimiento ciudadano que pidió cambiar la estrategia anticrimen, abandonar la violencia y la militarización como eje casi único, y poner énfasis en atender y resarcir a las víctimas. La visibilidad del movimiento a nivel nacional e internacional, las movilizaciones hacia Ciudad Juárez y luego hacia la frontera con Guatemala, con las voces y testimonios desgarradores de algunas de las muchas víctimas de la guerra del sexenio, obligaron al gobierno federal a aceptar un diálogo público. Lo que el titular del Ejecutivo ofreció no fue una escucha atenta ni una intención de reflexionar y menos aún de cambiar el rumbo; dijo que de lo único que se arrepentía era de no haber iniciado antes la guerra contra el narco. En el siguiente diálogo intentó diluir al movimiento entre otros interlocutores, la mayoría de ellos grupos que apoyan la estrategia de Calderón bajo la concepción de que la violencia proviene de los delincuentes y que la militarización de su combate debe mantenerse o aun incrementarse. Semejante estrategia prácticamente cerró el camino del diálogo.

No obstante, la vocación de dialogar y tratar de encontrar acuerdos del Movimiento por la Paz no cesó. Quedaba pendiente una ley que regulara la atención del Estado a las víctimas de la guerra y la violencia, atención que los testimonios durante las caravanas y actos de las movilizaciones habían denunciado como nula. El proyecto de ley que aprobó el Senado de la república fue vetado por Calderón, primero atrasando su publicación hasta pasar las elecciones y luego negándose a publicarlo y regresándolo con “observaciones” de manera que, dados los tiempos burocráticos legislativos, se quedará para el siguiente sexenio. Ante la insistencia del Congreso y del Movimiento por la Paz en que se publicara y luego se plantearan las reformas necesarias, el poder Ejecutivo interpuso ante la SCJN una controversia para que sea juzgada la constitucionalidad de las facultades del poder Legislativo para rechazar las observaciones y pedir la publicación de la ley y del Ejecutivo para regresar a las cámaras la iniciativa, lo que de hecho es un veto.

El desencuentro último se dio en el incumplimiento de un compromiso para hacer un Memorial de las Víctimas, que en la perspectiva del Movimiento por la Paz debe ser construido con la memoria, los datos: nombres y lugares donde fueron asesinadas, de todas las víctimas de la guerra sexenal. Esto implica una Comisión de la Memoria, y un reconocimiento del Estado acerca de su responsabilidad por la violencia, así como un espacio de las víctimas para ver dignamente recordados y reivindicados a sus muertos, reconociendo que se violaron sus derechos humanos. El gobierno federal propuso un monumento en el Campo Marte, que como su nombre indica es un campo militar, además lo concibe como homenaje a las “víctimas del delito”, negando así toda responsabilidad castrense y del Estado por la violencia.

Al contrario de la imagen de sí mismo como el “Eliot Ness” que alguna vez el gobierno de los Estados Unidos aplaudió, Felipe Calderón se ha forjado en el imaginario de una gran parte de la población la imagen de un James Holmes, el que de manera arbitraria descargó la violencia del Estado contra un pueblo que puso solamente los muertos, los desaparecidos, el cuerpo para las heridas. Las víctimas no lo fueron meramente del delito, lo fueron lo son, del delito de lesa humanidad cometido desde el poder.

Granaderos abriendo paso a…

Babel

Granaderos abriendo paso a…

Javier Hernández Alpízar

Granaderos, como llamamos en México a la policía antimotines. Granaderas, mujeres policías antimotines para golpear a mujeres, porque hasta “perspectiva de género” quisieran gastar. El cuerpo de policía que en 1968 los jóvenes pedían fuera disuelto, porque es especialista en disolver violentamente manifestaciones, protestas, paros, huelgas.

La imagen de los granaderos la tenemos asociada a esos años del priismo que deseábamos que no regresaran pero parece que regresarán, o mejor dicho, que nunca se han ido.

Entre 300 y 600 granaderos y granaderas, según las distintas fuentes, cortaron los accesos para que la gente no llegara a la protesta, con tal eficiencia que dejaron encapsulados dentro del cerco a unos pocos, los que llegaron primero o alcanzaron a entrar al inicio. Cercaron con tal eficiencia que no podían llegar ni la prensa ni los observadores de derechos humanos. Además era la madrugada de un domingo.

Los granaderos trataron también de impedir que los vecinos pudieran ver lo que pasaba dentro del cerco. Ya el solo hecho de que fueran tan cuidadosos en evitar testigos incómodos es sospechoso. Después de ocurrida la represión lo negaron, dijeron que incluso hubo notarios públicos dando fe de que todo fue sin violencia.

Granaderos abriendo paso a un modelo de desarrollo excluyente: una autopista de cuota que será usada por muy pocos, que no resuelve el problema de vialidad de la ciudad, que dejará ganancias notables a la iniciativa privada, que despojará a barrios enteros de sus casas, terrenos, algunas las pocas áreas verdes que quedaban, pulmones de la ciudad.

Granaderos insultando y golpeando a ciudadanos y ciudadanas; mujeres granaderas levantando en vilo a una mujer hasta casi dejarla en ropa íntima. Granaderos golpeando a un doctor universitario, un defensor de medio ambiente, por intentar defender a su esposa de las granaderas.

Granaderos abriendo paso a un megaproyecto jamás informado, jamás consultado, jamás consensuado con los afectados.

Granaderos actuando bajo las órdenes de un gobernante que antes de serlo fue titular de la seguridad pública, y que dejará en su lugar, previo requisito de paso por las urnas, casi carro completo, a su ex titular de seguridad pública.

Granaderos reprimiendo porque ya pasaron las elecciones y no hay fijón con el costo político electoral. Granaderos reprimiendo en medio de la cortina mediática que publica urbi et orbi las medallas de plata en las Olimpiadas. Pueblo distraído mientras le reprimen a los suyos y le destruyen los barrios, el medio ambiente.

Granaderos limpiando el camino para que pase la maquinaria del “desarrollo modernizador”, a beneficio de «las fuerzas vivas”, los empresarios privados de siempre.

Granaderos y granaderas. No es necesario el deja vuh. No es necesario regresar a las épocas de Díaz Ordaz, de Echeverría, de López Portillo. A la disolución de huelgas, marchas y mítines bajo el priato. Se trata del PRI que nunca se fue, que siempre estuvo ahí, gobernando para beneficiar a los empresarios del salinato, para hacer la administración eficiente del neoliberalismo que heredó a México Miguel de la Madrid.

Lo único diferente (y tal vez ni eso) es que este priato ha navegado con bandera de progresista, de democrático, pero tampoco es tan nuevo porque el PRI también tuvo discursos tercermundistas, discursos de la no intervención y el no alineamiento, de apoyo a los pueblos asolados por dictaduras, a cualquiera menos al pueblo mexicano.

Gobierno + granaderos + empresas contra quienes defienden su casa y su barrio. Seguro es el PRI que no se había ido. ¿Recuerdan a Marcelo Ebrard, del equipo de Camacho Solís, en el gabinete de Salinas de Gortari? Un priismo que no olvida su modo de eficiencia. Estando ellos en el poder, los derechos humanos no tiene nada que ver.

Granaderos abriendo paso a la Supervía Poniente.

El principio que nos lleva a oponernos

Babel

El principio que nos lleva a oponernos

Javier Hernández Alpízar

El cuento debe llamarse Un indicio de explicación, está en el magnífico libro Veintiún cuentos, de Graham Greene (1954), que en México publicó el FCE. En uno de esos trenes de pasajeros que invitaban a la conversación y la convivencia o al sueño, dos adultos platican. Un creyente explica a un ateo su fe, contándole una historia vivida en su infancia. Tiene un vecino que le intenta comprar una hostia consagrada, lo más sagrado para un creyente católico, porque no cree que Cristo está en ella en sentido figurado, sino real: por el misterio de la transustanciación ese pedazo de pan es Dios.

Para un niño, un tren eléctrico es una maravilla muy grande, pero algo en la conciencia le dice: “¿por qué el hombre quiere una hostia consagrada y no una ordinaria?” La ansiedad del hombre se convierte en el temor del niño, y en un atisbo de conciencia, y finalmente, en la heroicidad de comerse la hostia para frustrar el sacrílego deseo del hombre que la quiere comprar. Simonía le llaman al pecado de querer comprar lo sagrado. Pero tratándose de la hostia consagrada, quizá el pecado no tiene nombre.

Es la situación límite, la amenaza, el deseo del otro de arrebatarle lo muy valioso, lo sagrado, lo que inicia en el niño del cuento la toma de conciencia. Estos años han sido en México y en el mundo entero años de asedio, de despojo, de profanación de todo lo sagrado, como vienen siendo, según Marx, los años, desde que existe el capitalismo. El marxismo puede leerse en clave cristiana, no es descabellado, y en ese sentido decir que “todo lo sólido se desvanece en el aire” y que nada es sagrado para el capitalismo es no una mera descripción de hechos fría y fenomenológica, es una denuncia.

Cuando ha llegado ese sujeto que quiere comprar lo sagrado, el cínico que piensa que todo tiene precio, es necesario que en el otro nazca la conciencia de lo sagrado, de lo que no tiene precio. Y no solamente de lo que no tiene precio, sino lo que exige nuestro sentido de heroicidad: salvar lo sagrado tragándolo, asimilándolo, asimilándonos a él, para defenderlo, para militar por su causa.

Como Simone Weil pensamos que lo sagrado puede atisbarse en lo que dentro de cada victima dice: “¿por qué me hacen esto?” Está en cada ser humano, es la parte que espera recibir bien y no mal, y por ello, cuando recibe mal, daño, agresión, es traicionada por su prójimo (que precisamente se niega a ser prójimo: toda violencia entonces implica una discriminación de la víctima, mayor cuando más daño se le hace).

Se critica mucho que algunos activistas en México comenzaron a marchar, a protestar, a hablar en la plaza, solamente cuando les mataron a un hijo, a una hija, a un padre, una hermana, una madre, un hermano, un esposo o esposa. Pero la crítica debiera ser para la parte del país que no ha despertado de su sueño dogmático, pues nos han asesinado a 60 o 70 mil hermanos, y nos han desaparecido a otros cientos o miles, y nuestras voces no son tantas. A pesar de que han salido muchos a las calles, muchos otros han dudado, se han quedado quietos o incluso han intentado encontrarle justificación al crimen.

Los criticables no son esos y esas que han salido a buscar justicia para sus hijas e hijos, sino los que faltan de alzar la voz. Curiosamente, en el cuento, el regalo maldito que le ofrecen al niño es un tren eléctrico, como es en un tren en donde el cuento es contado. No podía haber mejor figura del “desarrollo”, uno de los oscuros nombres del dios dinero al cual le son sacrificados los hijos e hijas de los pueblos. Así como el cuento narra el rechazo de un juguete que simboliza el progreso y el desarrollo, algo hay que rechazar para poder evitar la destrucción de lo sagrado: las vidas humanas de esos miles que no debieron morir así, en la violencia de la guerra, del homicidio y el feminicidio.

Supervías, trenes bala, presas, minas o vacas y cerdos criados masivamente, eso ofrecen a cambio de ensuciar el agua y el aire, de enfermar la tierra, de entristecer al cielo y de sacrificar a los pobres, en las guarderías, en las minas y en los trenes llenos de migrantes.

Rechacemos el tren, atrevámonos a amar lo sagrado, militemos por ello. Seamos ateos pero ante lo que el tren y su valor monetario representan. Nada vale un dios hecho con las manos de los hombres, que los necesita siempre en forma de trabajo esclavo para tener el carbón, el petróleo o la electricidad que lo alimentan. Es un falso dios. Lo que quieren comprar a cambio, la vida de cada ser humano, eso sí es sagrado. Es el mismo principio el que nos lleva a oponernos a los ecocidios, a los genocidios, a las guerras, el que abordó Graham Green en más de uno de sus cuentos.

México bifrontismos, Polifemos y utopías

Javier Hernández Alpízar

México me recuerda a esa famosa imagen que puede verse de dos maneras, según la disposición de quien la mira. Una mujer joven con un sombrero o una viejecita. Ambas mujeres están ahí, la joven y la vieja, y es el cerebro, ¿o el corazón?, de quien la mira el que le hace ver a una omitiendo a la otra. Normalmente las personas terminan por poder verlas a ambas, después de que quien les mostró la imagen les explica que son dos imágenes.

México es como la canción de Serrat, Españolito, basada en un poema de Antonio Machado: “una de las dos Españas, ha de helarte el corazón”. Es un México de bifrontismo que genera discusiones semánticas entre quienes ven sólo una faz del país.

Es un caso especial de la relatividad general de las percepciones (el cristal con que se mira) y como en la fábula oriental, unos describimos las orejas como las alas de un ave en vuelo, otros la cola como una serpiente, otros las patas como un tranco de árbol y algunos el cuerpo como un muro infranqueable.

Incluso la misma persona puede verlo diferente. Unos días nos levantamos sin ánimos, salimos al día nublado y vemos el México viejo y decrépito, y nos parece que nunca volverá a ser joven ni vigoroso, que se pudrirá en su corrupción incorregible; pero otros días nos levantamos y vemos la savia joven correr y hacer reverdecer el tronco y la fronda de un México que agarra su segundo aire, con la experiencia de lo vivido y una juventud renovada.

En términos políticos, México hereda a los sistemas más viejos y rancios del autoritarismo, el despotismo oriental que decían los marxistas, con sus esclavitudes como única tecnología y la violencia como único recurso “político”: el autoritarismo de los grandes imperios precolombinos, el autoritarismo del virreinato, el de conservadores y liberales, ambos metiendo a México con calzadores en modelos impuestos de capitalismos en competencia, un México de decadencia infinita que se volvió partidos y burocracias, mediocracias, corporativismos, mediocridades y crimen: todo zurcido con el hilo conductor militarista y violento. Siempre que algo se tiene que llamar “neo” es que algo viejo es.

Pero hereda también México la línea siempre (y en el siempre está que no es meramente nueva, a su manera ha estado ahí) joven (y quizá siempre e irremediablemente ingenua) de los ilusos utopistas que decía Flores Magón. La de los indios que siempre se rebelaron contra el imperio, la de los patriotas que siempre se opusieron a cuanta invasión vino por sus pasteles o por sus fueros. Un México que parece siempre condenado a morir joven como Zapata, pero también a rebelarse siempre como los zapatistas.

Los dos Méxicos son uno mismo. Están simbióticamente unidos como mellizos y si los separan se mueren ambos, pero hay quizá una forma en que uno derrote al otro sin morir. No eliminándolo sino transformándolo. Hoy el México viejo, el del abuso, está a punto de matar a los dos: matar al México explotado y con él a la gallina de los huevos de oro. Las minas tóxicas son uno de esos instrumentos homicidas- suicidas.

El México siempre oprimido y despojado tiene que destruir al México predador para salvarse, pero destruirlo sin destruirse, destruirlo transformando a México no en una sola imagen, ni la joven ni la vieja, sino un México con muchas imágenes posibles y necesarias.

Los jóvenes se van contra Polifemo, le reprochan su imagen unidimensional con la cual pretende sin éxito (pero con victorias importantes) engañarnos y someternos a todos. Pero hay también en ese México joven la tentación de una imagen única, en aras de la unidad y de la fuerza. Porque el Polifemo mayor no es el único, el México viejo es varios Méxicos, todos tratando de aparecer como nuevos siendo ya pasado, fardo pesado.

El enemigo no es, o el menos no es solamente, el ojo único de Polifemo, ni siquiera los ojos miopes de los dos o tres Polifemos vociferantes. El enemigo es el hilo con el que se ha zurcido esta historia de bifrontismos que nos confunden: la violencia. El primer punto es derrotar la violencia como forma de ordenar la sociedad y dirimir los conflictos. Porque la violencia, la cual siempre tendrá una buena excusa para no retirarse del escenario, siempre se adjudicará una misión noble que está inconclusa, es la que hace renacer y permanecer a lo viejo, lo autoritario, lo impuesto.

Ante ella, un regreso a la raíz de la política, el consenso (que tiene sus disensos para no esclerotizarse y volverse otro Polifemo), el diálogo, el cuestionamiento.

Como todo bifrontismo, es cuestión de miradas, pero si bien quizá no haya manera de arrancar para siempre y de raíz esa imagen horrenda que aparece en el espejo, apenas con moverse un poco para apreciar mejor la imagen bella, tal vez haya una manera de ir subordinando el lado predador, el lado que siempre exige el sacrificio de los otros.

El México esclavista, atávico, machista, violento, mesmerizado por el dinero, solamente puede dominar porque el otro le obedece y la ayuda a reproducirse. Romper con las obediencias, hasta un grado mayor del que ahora el México joven se atreve a imaginar. Y hacer de manera no violenta, como le corresponde por ética a la parte más fuerte y sobre todo a la que aspira a transformar y no meramente a destruir.

No se trata solamente de cercar al ojo de Polifemo o negarse a verlo o a ser visto por él, se trata de refuncionalizarlo (lo que no puede hacerse sin apropiárselo) para que se vuelva un ojo múltiple y más inteligente como los ojos de las moscas.

¿Y la violencia? Solamente puede oponérsele una utopía. Nadie podrá ordenar que masacren o inmovilicen a los jóvenes cuando no haya nadie dispuesto a obedecer órdenes inhumanas. Ya ha pasado en la historia, momentos de excepción, pero sin los cuales, la historia es solamente uno de esos días sin buenos augurios en que todo se ve viejo y sin esperanzas.

Pensar que cambiaremos el país es utópico, pero es peor que utópico, supersticioso e imposible en el fondo, creer que sin cambios sobrevivirá de todo esto algo digno de seguirse llamando humano.

Zapata no era del PANAL

Babel

Zapata no era del PANAL

Javier Hernández Alpízar

Tuvo mucha razón Rius para hacer uno de sus muchos libros de monos, ése con el título «Quetzalcóatl no era del PRI», en la época en que López Portillo se creía casi la reencarnación de la Serpiente Emplumada y su hermana Margarita presidía sociedades de escritores y se apropiaba (como se supo cuando «generosamente» lo devolvió, el medallón que forma parte del retrato icónico de Sor Juana). Inspirados en esa necesaria labor de desfacer entuertos histórico- ideológicos, recibimos con beneplácito el cartelito diseñado para circular por Facebook donde un retrato de Emiliano Zapata toma en sus manos uno de los carteles electoreros de Quadri y su PANAL, pero lo adereza con la necesaria aclaración:  «¡Yo me deslindo de estas chingaderas!» Si Zapata viviera, en su cuenta de Facebook le pondría «Me gusta» y le daría «compartir» al cartelito.

Es apenas uno de los que lo harían, porque en los espots que el IFE le ha dado gratis a Quadri también incluye a Trotsky, a Gandhi, a Luther King y no sé a qué otros personajes históricos, de los cuales, si les preguntamos a él o a la profa Elba qué dijeron e hicieron seguramente no se acordarían de algún título de libro o de un autor que los documente…

Es obvio que el papel de Quadri es quitarle votos –de gente más confundida que él mismo– a López Obrador, así como en otros tiempos, cuando el Caudillo (no el de España, era otro, sino el Presidente casi por derecho de apellido) era Cárdenas, entonces nacieron partidos como el Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional de siglas tan impronunciables que todo mundo le llamaba FERROCARRIL, liderado por un tal Talamontes, no Talamentes, no Talamantes, eso. Pero también hubo otro partido fundado por cuadros (no quadri) del salinismo (maoístas) que nació con ese mismo fin, el Partido del Trabajo. De manera que no nos extrañaría que algún día el PANAL terminara formando filas con otro ex priista que sea el nuevo Caudillo. México se pinta solo para esas cosas.

No obstante, por mera salud mental, como diría Monsiváis (a quien hay que criticar por ese mismo motivo profiláctico e higiénico) hay que aclarar las cosas: Quetzalcóatl no era del PRI; Zapata no era del PANAL; los hermanos Flores Magón no eran de MORENA; y el saqueo de iconos históricos por parte de campañas que se esfuerzan en superar su falta de sentido asaltando tumbas de los hombres ilustres no pasa de ser eso: marketing.

Quetzalcóatl, quien no toleraba los sacrificios humanos, no habría tolerado el sacrificio de toda una nación al Huitzilopochtli del neoliberalismo. Zapata, quien era un luchador social de a deveras, no hubiera tolerado a los señoritos que agarran campaña para no ganar, pero perder ganando en la burocracia de doña Elba. Los Flores Magón no habrían tolerado a un partido que nace casi con el exclusivo propósito de darles candidaturas a todos los tránsfugas del priismo.

Es decir, el marketing no es exclusivo del Copete de Televisa. Es una desgracia nacional, elecciones como en The Matrix, donde el control remoto está en manos ajenas. Pero esas aclaraciones como la mencionada de Zapata, se agradecen: Porque la desmemoria se alimenta del silencio y del olvido. Gracias a Zapata por el deslinde.

*** OSX:  Sea songs (Quirk march) de Ralph Vaughan Williams, Cuatro interludios marinos y Passacaglia Peter Grimes op 33 de Benjamin Britten, Oceanidades op 73 de Jean Sibelius y Suite on The Waterfront de Leonard Bernstein, es el programa que ofrece este viernes 8 de junio, a las 20:30 horas en la Sala Grande del Teatro del Estado la Orquesta Sinfónica de Xalapa bajo la batuta del director invitado James Paul.

Videocracia y paparazzi

Babel

Videocracia y paparazzi

Javier Hernández Alpízar

Algunas reflexiones sobre la videocracia, aprovechando la enorme libertad de expresión que tenemos en México para opinar críticamente sobre todo lo que pasa en la política en Italia. Por supuesto que estas reflexiones nacen de mi experiencia como homo videns (diría Giovanni Sartori) al encontrarme el documental en Once TV, el canal que salva a la televisión «abierta» (como llaman a la que no es por cable) con algunas cosas que ver.

Videocracia (Erik Gandini, 2009, producida por Atmo, como el filme Surplus) es una película crítica acerca del magnate italiano Silvio Berlusconi. Para entender el caso, válgase un poco la analogía: Imaginen que Carlos Salinas de Gortari no fuera la mano que mece la cuna, que Peña Nieto no fuera el candidato del sistema aupado por Televisa, y que los magnates de la TV cómo Azcárraga, no fueran simples empresarios: fundidos todos en un único personaje, a un tiempo el dueño de la TV, candidato y el político en el poder. Esta especie de neo-Duce italiano fue Silvio Berlusconi, en la tierra heredera de Maquiavelo y Benito Mussolini.

Algo que me pareció revelador, y me mueve a escribir esto, es la dinámica del juego mediático: La construcción de un personaje de poder y de glamour mediante una cuidadosa edición para la TV de su imagen, su vida, su «personalidad» y «sofisticación» tiene, forzosamente, su lado oscuro, la sombra que proyecta ese cuerpo o ectoplasma, casi que la sombra de su holograma: los paparazzi.

Es decir, así como la construcción de una imagen etérea, idealizada, perfecta e inalcanzable –suma de genes, más ejercicios, dietas, cirugías plásticas, vestuarios, maquillajes, fotografía, iluminación, cuidadas cámaras y ediciones, incluidos los photoshops, para generar a una modelo (el nombre lo dice, un arquetipo, un ideal a seguir o copiar)– genera el resentimiento que hace necesitar a la espectadora humillada de una foto que desmitifique a la idealizada, que muestre una llantita, alguna celulitis, un maquillaje corrido, una patita de gallo, algo que muestre que la diosa es otra mortal; de la misma manera, al diseñador y curador de una imagen mediática, comercial y /o política le sigue, como a la luz la sombra, el paparazzi.

En el documental sobre Berlusconi, el personaje antagónico es Fabrizio Corona: él odia a los famosos, los sabe vacíos, no los ve como personas, sino como dinero y negocios, y con el dinero que gana mediante la publicación de fotos escandalosas, o mediante el chantaje y el pago de dinero por no publicarlas, se considera un moderno Robin Hood: le quita algo a los ricos, para tenerlo él.

La necesidad psicológica de realización, de crecimiento, de ser amado o deseado, que motiva la fábrica de ilusiones que antes fuera el cine y hoy es la televisión y quizás la internet, genera esos héroes o heroínas que encarnan el ideal de belleza y felicidad (que eso sea falso, es casi parte de la naturaleza misma, como en el poema de Ernesto Cardenal «Oración por Marilyn Monroe», cuando el director dice «corte» se ve que todo era un set, y la actriz es un ser humano huérfano, su dignidad profanada por la empresa, y el negocio, la Twenty Century Fox, que convirtió la casa de oración en una cueva de ladrones, que dice el poeta).

La necesidad psicológica de no rendir pleitesía a un igual hace que endiosemos a los poderosos, los famosos o los exitosos, pero el costo en resentimiento que ello genera hace nacer como subproducto la industria de la infamia y la desacralización, los programas de chismes, las revistas de paparazzi.

El mismo deseo (masculino y femenino) que hace querer poseer o ser como tal o cual famosa tiene su contraparte en el deseo de verla o verlo humillado en al foto que lo saque en bragas, ebria, ebrio o caído.

Entonces, la industria del diseño de «personalidades» arrolladoras como mercancías trae aparejada a la industria de la infamia: las fotos o videos que permitan la fantasía obscena con el objeto de culto.

Esto parece muy claro, pero no es solamente porque se trate de una industria del simulacro. No es mera banalidad posmoderna: Es también política y poder, perdonen por las malas palabras. Ya Maquiavelo decía que la inmensa mayoría de los súbditos no conocen cómo es en verdad el Príncipe, sino su apariencia, de manera que el Príncipe puede seguir las crudas y cruentas leyes de la realpolitik, siempre que aparente ser muy moral y si fuera necesario, parecer incluso piadoso. La piel de oveja ha sido necesaria siempre, solamente que ahora es muy sofisticada, toda una industria de la imagen, pero nada nuevo bajo el sol.

Lo interesante es que también hay la necesidad de ver caer a los ídolos, de sacrificarlos, ahora acribillados por cámaras de foto y de video. Y casi nos atreveríamos a decir que mientras más complejo y sofisticado es el producto- mercancía- imagen que el poder encumbra, con mayor encarnizamiento habrá paparazzi que quieran mostrar las costuras del traje, bajo las cuales, siempre, todos los reyes del mundo han ido desnudos.

Pero entre ambos gestores de imágenes hay una fatal reciprocidad: Cada uno necesita del otro para que el negocio funcione así. Sin el adulador que crea la imagen «perfecta» no habría la necesidad del paparazzo que fisgonee buscando la arruga o la media corrida.

Y quizás sin el que afea la imagen, la baja del pedestal, no habría nuevos lugares vacíos que llenar en el apetito de fetiches, cuya satisfacción es negocio del fabricante de ídolos.

Desde luego, estamos en el nivel de la superficie, el más frívolo, pero el poder y todos sus mecanismos (hasta lo obsceno) están debajo de todo ese oropel, y siguen funcionando como en los tiempos de Maquiavelo, de Mussolini y de Berlusconi.

Quizá por ello en México el terreno electoral ha devenido lo que hoy es: un duelo entre fabricantes de ídolos y paparazzi. El apasionamiento con que es seguido por cierto público no es muy distante del que hace al público seguir a las estrellas del espectáculo, como fan o como detractor, para verlo eternizado en su mica como mercancía perfecta o para verlo o verla tirado o tirada en el arrollo tras la orgía.

Una buena medida para no quedarse en ese nivel del consumo sería quizá descender al infierno de la producción. ¿De dónde salen los kilowats de luz, las toneladas de vestuario, los kilos de maquillaje, incluso la energía del deseo?, sin la cual la mercancía perdería su eficacia como fetiche. Hacer algo como ver una revista pasada de moda, donde lo que en otro tiempo fue perfecto se mira como ridículo. ¿Y en política, cómo se logra eso? Tenemos que sumar a Maquiavelo y Sartori más, qué más, quizá Slavoj Zizek.

Wirikuta, Caballo Blanco y lo sagrado

Babel
Wirikuta, Caballo Blanco y lo sagrado
Javier Hernández Alpízar
Recuerdo haber escuchado –y visto en video– una conferencia de Boaventura de Sousa Santos en la cual explica que cada tradición cultural tiene sus filones progresistas y sus filones autoritarios, que en diversos sistemas de valores de Occidente y de Oriente hay diferentes concepciones de la dignidad, algo como lo que en Occidente llamamos los «derechos humanos», los que para Occidente suelen ser vistos primero desde el individuo y solamente después del socialismo como derechos sociales o colectivos, pero concepciones no occidentales van más allá e incluyen en el sentido de la dignidad a la naturaleza.
Comenta de Sousa Santos cómo los indígenas colombianos se negaban a la extracción de petróleo en sus territorios, alegando que se trata de la sangre de la Madre Tierra. La concepción de muchos pueblos indígenas acerca de lo sagrado, que incluye a los elementos naturales, a la Madre Tierra, a las montañas, desiertos, ríos, bosques, lagos, selvas, mares, volcanes, puede parecer extraña a la mirada liberal y mercantilista de la empresa occidental, pero tiene mucho sentido hoy que la Tierra protesta por los excesos de la explotación industrial: los excesos en el gasto de la energía, y sobre todo, del uso de combustibles fósiles que en el pasado fueron motores del auge del capitalismo y hoy son señal de alarma, tanto por la crisis climática que promueven como por su cercano agotamiento.
Ese tipo de problemas, los límites del planeta frente a la insaciable barriga del sistema industrial capitalista, son parte de lo que ha permitido entender el discurso de los grupos indígenas como algo más que romanticismo y nostalgia bucólica. El sentido profundo de la célebre carta del jefe Seattle (www.ciudadseva.com/textos/otros/seattle.htm), por ejemplo, se actualiza cuando los grupos indígenas nómadas del norte del continente, especialmente del occidente y el norte de México, como son los wixáricas (conocidos por quienes no hablamos su lengua como «huicholes», por nuestra deficiencia de pronunciación), defienden el carácter sagrado de Wirikuta, el lugar donde el universo nació, según su concepción cosmogónica. Destruir Wirikuta sería como bombardear el Edén, pero bueno ya el ejército de Estados Unidos bombardeo en Irak cunas de las civilización y la humanidad. Como canta Luis Eduardo Aute: «Hoy cualquier cerdo es capaz de quemar el Edén por cobrar un seguro».
Sin embargo, no es imposible para un occidental entender el sentido de lo sagrado extendido a la naturaleza, pero para compartirlo tiene que ir en contra de la imagen del mundo como mercancía a la cual el capitalismo nos ha llevado: Todo el discurso que hace de la naturaleza entera un «recurso natural» –quizá por eso la Semarnat, desde el nombre, tiene una vocación más por explotar a la naturaleza que por defenderla– y de todo proceso natural un «desperdicio» a menos que se convierta en dinero. Si el petróleo o el oro se quedan en el subsuelo, si el agua no se embotella y vende, si los ríos llegan hasta el mar sin dejar un negocio a su paso por una turbina, son desperdicios, derroches.
Esta visión cosificadora y mercantilizadora ha colonizado todas las prácticas, los ámbitos de la vida, las costumbres, las ideas y la imaginación en el mundo. Un profesional se ve a sí mismo como una mercancía con mucho valor agregado que debe aprender a venderse a mejor precio: Así el cuerpo humano mismo es visto como naturaleza– recurso natural y susceptible de todo tipo de negocio, donde los derechos humanos son una especie de freno a la libre empresa y el lucro.
El anuncio de que las mineras canadienses desisten de emprender la explotación minera en Wirikuta, y que el lugar sagrado de los wixáricas podría ser declarado como área natural protegida, es alentador, pero debemos entenderlo en su contexto. No ha cambiado la visión de las mineras canadienses, millonarios gambusinos modernos, ni la del gobierno federal, esclavo mental del colonialismo más burdo, al igual que muchos gobiernos de otros niveles de prácticamente de todo el espectro electoral.
Lo interesante aquí es que una fuerte presión social, encabezada por los propios indígenas en defensa de su territorio sagrado, acompañada de muchos solidarios, algunos de ellos mediante la música y el arte, han complicado los tiempos y los esquemas de inversión y de lucro de las empresas canadienses, obligándolas a desistir, al menos por ahora. No es tampoco alentador el nombre de «reserva minera».
Esto es importante, porque idénticos valores ambientales e históricos- simbólicos eran baluartes a defender en el Cerro de San Pedro, imagen que hoy solamente existe en el escudo de armas se San Luis Potosí, pero no impidieron a la minera San Xavier, con la complicidad del gobierno federal y el estatal, destruir el patrimonio histórico y natural.
Frecuentemente inversiones como tiendas de WalMart y de Costco han agredido al patrimonio natural e histórico como en el Casino de la Selva en Cuernavaca, Morelos, o en otros sitios arqueológicos e históricos, y ha prevalecido el afán de lucro por encima del respeto a valores trascendentes. En Veracruz, la imposición y la normalización del Festival Tajín es el ejemplo patente.
En los cerros de La Paila y Las Cruces, lo que defienden la Asamblea Veracruzana de Iniciativas y Defensa Ambiental y el Pacto por un Veracruz Libre de Minería Tóxica es un conjunto de valores históricos, arqueobotánicos, muy complejos, irremplazables, más allá de unos ejemplares de cícadas, en el fondo, eso y más es lo que los indígenas llaman sagrado: la raíz, el cordón umbilical que nos ata al mundo, a la Madre Tierra, pero no es expresado de manera clara y directa en los argumentos de la discusión.
Hace falta mucho para entenderlo. Javier Sicilia puso un símil que los católicos guadalupanos podrían entender para entender la defensa de Wirikuta. Es como si quisieran derruir el Cerro del Tepeyac para sacar oro.
Lo expresa de modo admirable el jefe Seattle al presidente de los Estados Unidos Franklin Pierce, al decir cosas como: «Ustedes deben enseñar a sus niños que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra, digan a sus hijos que ella fue enriquecida con las vidas de nuestro pueblo. Enseñen a sus niños lo que enseñamos a los nuestros, que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, están escupiendo en sí mismos.
«Esto es lo que sabemos: la tierra no pertenece al hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra. Esto es lo que sabemos: todas la cosas están relacionadas como la sangre que une una familia. Hay una unión en todo.
«Lo que ocurra con la tierra recaerá sobre los hijos de la tierra. El hombre no tejió el tejido de la vida; él es simplemente uno de sus hilos. Todo lo que hiciere al tejido, lo hará a sí mismo.»
Es el tipo de argumentos que no entienden la Profepa, la Semarnat, los gobiernos de diferentes niveles, y mucho menos las empresas transnacionales ávidas de ganancias. Pero son los argumentos más relevantes para los pueblos. Lo que los promotores del extractivismo llaman «desarrollo» es el enriquecimiento de sus empresas, pero la estela de muerte de la tierra, del agua, de las plantas y animales y las personas, la pagan las comunidades.
Por ello es importante, además del obstáculo que una resistencia ciudadana o popular le representa a las empresas canadienses, o de donde sean, que en el ánimo de quienes defienden la vida y el territorio vayan siendo más sensibles y conscientes las visiones como las del Jefe Seattle o de los wixáricas. La tierra es sagrada, todo lo que hagamos contra ella lo hacemos contra el suelo donde pisamos, que nos sustenta, lo hacemos contra nosotros. No es solamente porque un caso específico alcance un alto grado de difusión o porque cerca de Caballo Blanco esté una planta nuclear y otros elementos que hacen temer por la seguridad de todos (aunque esto sea cierto), es porque: «Lo que ocurra con la tierra recaerá sobre los hijos de la tierra. El hombre no tejió el tejido de la vida; él es simplemente uno de sus hilos. Todo lo que hiciere al tejido, lo hará a sí mismo.»
Boaventura de Sousa Santos dice que cada tradición puede retomar los elementos más progresistas que tenga y que, para paliar la incompletud de sus alcances, puede dialogar con las otras tradiciones y su sabiduría sobre la dignidad: Nuestros «derechos humanos» tanto individuales y colectivos o sociales son insuficientes, nos falta el sentido de lo sagrado que tienen para otros pueblos la tierra y la naturaleza. Si no logramos recuperarlo, destruiremos lo que hace posible la vida, toda, y con ella la nuestra.

Alejandro Solalinde, no al sectarismo

Babel

Alejandro Solalinde, no al sectarismo

Javier Hernández Alpízar

Yo también recuerdo esa entrevista que le hizo Javier Solórzano al padre Alejandro Solalinde en el Hay Festival de Xalapa. Al final el público también hizo preguntas y comentarios, pero la mayor parte de la conversación fue entre el periodista y el sacerdote católico y defensor de los migrantes. Hoy que Solalinde sale a Europa a defender los derechos de los migrantes desde allá, poniendo distancia de un país en el que lo han amenazado de muerte seis veces, vale la pena recordar algunas de las enseñanzas del defensor de derechos humanos.

Una que me impresionó mucho fue la ausencia de sectarismo. En política se usa mucho la palabra y también el sectarismo en sí, pero su origen es precisamente religioso. Es respecto a la Iglesia Católica, que desde el nombre se asume universal y única, que las demás religiones, especialmente las otras religiones cristianas, se motejan de “sectas”, es decir, escisiones, fragmentaciones, desprendimientos. La palabra secta alude así a la incompletud e ilegitimidad de quienes así son etiquetados.

Cuando le preguntaron a Alejandro Solalinde si entre los defensores de migrantes que participan en el trabajo de Hermanos del Camino, en Ixtaltepec, Oaxaca, hay conversaciones, debates o intentos de proselitismo religiosos, contestó que no. Cada quien tiene su religión, o es ateo, pero los une el trabajo por los migrantes.

Puso como ejemplo al tesorero del albergue, la persona más honrada en el manejo de dineros que pudiera pedir el proyecto, el tesorero es Testigo de Jehová. “Si algún prejuicio me quedara ahí se me quitaría”, comentó Solalinde.

Y es que el sectarismo es una especie de discriminación. Pretende catalogar a los seres humanos en legítimos y no, en genuinos y no, en originales y copias, pero sobre todo en aceptables y rechazables.

Me asombró que precisamente de un sacerdote de una fe religiosa viniera esa postura un tanto más oriental: Lo importante es cómo se vive, el camino ético que se sigue, y las creencias por lo demás son respetables.

Eso me ayuda a entender, por ejemplo, que pueda coincidir en posturas específicas sobre la necesidad de la paz y un alto a la violencia en México con personas como un mormón, Julián Lebarón, o católicos como Javier Sicilia, siempre que apostemos a una práctica de verdad en ese sentido.

El ejemplo de Solalinde y del grupo de trabajo Hermanos del Camino es claro: Coincidir en ayudar concretamente al prójimo, trabajar por ello, y dejar el asunto de los dogmas de fe al ámbito de lo privado.

Una sociedad verdaderamente laica no tendría por qué asustarse de que haya personas con diversas formas de fe, ni por coincidir con ellas en un camino hacia la búsqueda del bien común.

Ahora que Solalinde se vuelve un emigrante el mismo por ayudar a los migrantes, combatir la discriminación, el mote de “sectas” para quienes no comparten nuestros dogmas, será un buen homenaje.

Los derechos humanos son un eje de acción compatible con muchas doctrinas, credos y formas de fe, religiosas, humanistas o políticas (en el buen sentido de la palabra, si lo hay). Quizá cuando Alejandro Solalinde vuelva a tierras mexicanas podríamos recibirlo con más bajos índices de discriminación a las “sectas”. Y más altos índices de trabajo, a ras de suelo, por el bien común.

 

Carlos Fuentes y el México balcanizado

Babel

Carlos Fuentes y el México balcanizado
Javier Hernández Alpízar
Me niego a pasarme las horas escribiendo esquelas. Así que entre las manifestaciones contra Enrique Peña Nieto, el exilio del padre Alejandro Solalinde para tierras europeas por una sexta amenaza de muerte, y la muerte natural del autor de Cristóbal Nonato, ah, y también el libelo de Televisa contra Carmen Aristegui… en lugar de una esquela, se antojan unas serpientes y escaleras, con la caótica eficiencia de esa especie de Aleph para el exhibicionismo y el vouyerismo, la comunicación, el espionaje y el papaloteo mental llamado Facebook.
Comencemos por Carlos Fuentes, no porque sea uno de nuestros autores favoritos, sino porque a fin de cuentas, incluso nuestros autores no favoritos forman parte de la realidad que está ahí, en la cotidiana disciplina de masticar el mundo.
Independientemente de que su figura nos parece la de un sujeto bien acomodado, que supo entender la necesidad del sistema político mexicano de tener críticos a modo, y de moda, hay imágenes de su escritura que atinan en el blanco que es este país cada vez más negro.
El país balcanizado que Carlos Fuentes usa como telón de fondo para la farsa en su novela Cristóbal Nonato se ha hecho realidad. Si en su novela México se ha reducido territorialmente casi al viejo Anáhuac, y el resto del país son ya enclaves de explotación de las compañías petroleras… En México, la destrucción del pacto social de la Revolución Mexicana que las élites han ido trabajando, a marchas forzadas, desde Miguel de la Madrid y Salinas hasta Calderón, ha dado por resultado un país así, prácticamente balcanizado. Repartido entre gubernaturas que son feudos, sometido a toda clase de poderes formales e informales, fácticos y otros más fácticos aún.
Como dijera un minero guanajuatense que defiende la dignidad de la minería tradicional frente a la minería tóxica, lo que ocurre es que confundimos a la nación o a la patria con un gobierno o con un partido político. Así lo entronizó el PRI: los colores de la bandera eran los mismos que los del partido del Estado. Pero ese encarnizado partidarismo no solamente no cedió con la presunta «transición democrática», sino que favoreció y ahondó la balcanización mental, moral y casi territorial del país. Ningún grupo soporta una simple broma sobre su candidato. «Quien no está conmigo está contra mí», es la divisa.
En Cristóbal Nonato, a la aguda crisis que no pueden responder ni los políticos ni los economistas responde un hacedor de ensueños que disfraza a una joven secretaria de Madre de todos los mexicanos, con un atuendo que combina rasgos de Marilyn Monroe, la Virgen de Guadalupe y hasta la Coatlicue… Y la engañifa, llevada al extremo de dopar a una tímida secretaria con boleros que le suban la moral. «Usted es la culpable, de todas mis angustias…». Pero funciona: Un pueblo que debería estar hambriento de justicia y respeto a sus derechos, se conforma con la consolación de una «Mamá Doctora» que le sirva de numen.
El tono de la novela es así, fársico, al grado que un crítico la tildó de joseagustinear demasiado, pero el México de hoy que recibe las noticias de la muerte del novelista, el exilio del defensor de los migrantes, el libelo contra Aristegui, la enjundia de los jóvenes contra el candidato del PRI, etcétera, es un México tan balcanizado como el que Carlos Fuentes describió en Cristóbal Nonato.
Además de los cacicazgos por gubernaturas, hay zonas controladas por todo tipo de poderes y alianzas. Televisa gobierna, manoseando mentes, más que legisladores o magistrados, y la invención de todo tipo de adefesios y fantoches va desde la construcción de candidatos o candidatas, a la fama de edecanes- conejitas de Playboy.
De manera que un pueblo, espantosamente parecido al de la novela de Fuentes, que debería estar hambriento y sediento de justicia y respeto a sus derechos, parece con más ganas de divertirse, de olvidar, de banalizar… Por suerte, la mirada que encuentra ese México de farsa trágica no es infalible. Seguramente hay aún una nación debajo de ese montón de llagas y lágrimas. Gente que no identifica a la patria con un gobernante, candidato o partido; gente que no espera el consuelo de una figura mediática que alivie sus dolores con entretenimiento; gente que está dispuesta a tratar de reunir los miembros de este Pinocho desensamblado en que nos han convertido a México.
Esa gente aprenderá de Carlos Fuentes lo que pueda aprender y desechará el oropel; esa gente construirá un país en el que no solamente Carmen Aristegui  sino hasta el más humilde comunicador o comunicadora sea respetado por su trabajo; ese gente construirá las condiciones no solamente para que regresen el padre Alejandro Solalinde y todos los exiliados –los físicamente exiliados y los exiliados en la meditación interior que hoy no dicen palabra alguna porque nadie parece escuchar–, sino un país que premie la valentía y las ganas de trabajar de todos los migrantes, o mejor, en donde nadie se vea forzado a emigrar para resolver una necesidad tan básica como el comer.
Esto no esquela, y no porque sea o no Carlos Fuentes uno de nuestros autores favoritos, sino porque el país, México, es todavía, sírvanos de apoyo la retórica, una obra inconclusa.

Agotadas las promesas…

 

Babel
Agotadas las promesas…
Javier Hernández Alpízar
Bastaría una sola voz para que tuviera validez la protesta. Una voz que dijera: «el rey va desnudo». Si es verdad, entonces el que lo digan uno, diez o cien no lo hace más ni menos verdadero. Pero los reyes deben contar entre los más enfermos de paranoia. Es un mundo entero el que les pueden robar, una corona que cualquiera querría, una parafernalia de miles, millones de espots… ejem, quiero decir, detalles que cuidar. Toda esa industria de la imagen es una invitación a la Ley de Murphie: Si algo puede fallar, fallará.
Además de la voz que grita que «el poder está desnudo», es importante que los demás se fíen de sus sentidos, no de la parafernalia ni de la propaganda. Siempre ha sido atributo del poder el manejo de imagen, los actos solemnes, las grandilocuencias, los pajes y las genuflexiones, los «negros de casa» a lo Aguilar Camín… pero, afortunadamente, una voz que grita la desnudez del poder no ha de faltar.
Por ello la repuesta del equipo de campaña de Peña Nieto ha sido la única que puede dar: Repetir mil veces que la protesta fue mentira, que fue «orquestada», que a Chuchita la bolsearon… Y la paranoia: ¿cuál es la malvada mano detrás del zapatazo?
Ojalá que los espectadores dejemos de serlo, que no solamente miremos, entre el horror y el asco, que el poder en México hoy está desnudo –como dijera en la FILU la doctora Rina Roux, es el «nudo poder»–, sino que veamos que el poder no puede estar desnudo para siempre, necesita las miradas crédulas, supersticiosas, que lo vistan de oropeles, que le regalen votos, suspiros, comentarios y aplausos a cambio de promesas o migajas.
La reflexión gramsciana que trajeron a colación los autores del libro colectivo editado por la UAM Xochimilco «Violencia y crisis del Estado, Estudios sobre México», es que el poder es una especie de ready made con una parte de violencia (la espada) y otra parte de acuerdos (o promesas, como diría Simone Weil).
Quien obedece lo hace por temor a la violencia represiva, acompañado de la esperanza en el cumplimiento las promesas del poderoso (orden, seguridad, «paz» social). Cuál componente predomine hace las muchas variantes de los poderes en el mundo histórico. A veces no es necesaria la promesa, basta un gesto que lo parezca y las ganas de creer del súbdito, pero cuando ya nadie cree en sus gestos, sus promesas ni sus palabras (recordemos la estima en que se tenía la «palabra de rey») quiere decir que ese elemento del poder, el capaz de generar esperanzas, expectativas, se ha agotado.
Acabado el consenso, la obediencia de grado, acabada la legitimidad como le llaman los teólogos del poder, se ve que siempre, por debajo de los ropajes de cordero, el poder ha sido un lobo. Entonces no le queda más que el temor, generar una especie de síndrome de Estocolmo masivo, para provocar un temor que se confunda con la esperanza, que se disfrace de «voto razonado» u «obediencia debida».
Es lo que pasa con el poder ahora en México: Peña Nieto es solamente uno de los más encumbrados cachorros de esa cuna de lobos, no el único, pero su caso ayuda a mirar en él lo que pasa con el poder en México.
Fiel a la perniciosa doctrina liberal desmanteló el sistema de atraer pleitesías mediante «favores», algunos incluso legislados como derechos y otros, despojados de buen nombre jurídico, mera corrupción. (Aunque no olvidemos que esos derechos fueron el resultado de la correlación de fuerzas al fin de la Revolución Mexicana.) Al quedarse sin esos recursos que apagaban rebeldías, se agudizó la capacidad de los subalternos para apreciar las patas del lobo bajo el manto del cordero.
En mi opinión falta ampliar esa visión desnudadora del poder, no remitirla solamente a Peña Nieto y la manada de lobos que representa (Grupo Atlacomulco, Salinas, Televisa) sino ver que otras manadas de lobos no son más «legítimas» porque tengan aún habilidad para disfrazarse de corderos. Y sobre todo, saber que los demás lo también lo saben, que es ya una opinión masiva que ningún espejito mágico bien pagado es capaz de cambiar.
Si ya no creemos en las promesas del poder, entonces por qué buscar esperanzas en otros traficantes de promesas. La más terrenal de las fuentes de esperanzas está entre quienes ya saben y comparten, y actúan en consecuencia, la clara imagen de que el rey va desnudo y ya sus promesas no valen ni el trozo de plástico en que están impresas.

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